La zona en la que se encuentra la parroquia de Santo Toribio de Mogrovejo se enfrenta a retos importantes desde hace ya años. Uno de ellos, y no el menor, es la diversidad de culturas que viven sin apenas convivir en esta zona, lo que genera todo tipo de malentendidos y choques en el día a día.
La pobreza económica genera conductas y vías de supervivencia en las que la desigualdad es el fundamento predominante, y las conductas machistas se reproducen en relaciones sumamente tóxicas.
En 2015, una cierta cantidad de menores de diversos orígenes deambulan por las calles y los bares de Hornija y Caamaño, siendo testigos directos de ese tipo de relaciones y reproduciéndolas con sus iguales.
Desde la parroquia habíamos comenzado a establecer diversos días para el juego libre tras los talleres de cómic y/o percusión, y se había adquirido una mesa de ping-pong (ya que ese verano, cuando terminábamos las faenas del huerto, volvíamos a la parroquia para charlar, hasta que comenzamos a jugar a ese deporte de manera informal en las mesas de estudio).
Así las cosas, en febrero de 2016 comenzamos a asistir también los domingos por la tarde, junto a las personas de «Santori» (el coro de menores de la parroquia), para jugar a distintos juegos. Abrimos las puertas con el fin de que aquellos menores que deambulaban por la calle también se animaran, y pusimos la edad mínima en 8 años –que coincidía con la mínima del campamento, y que además incluía a la mayoría de aquellas niñas y aquellos niños–, y comenzamos a actuar.
Pedimos a las y los jóvenes de «Asómate» que nos ayudaran, haciendo de monitores y monitoras del resto, con dos objetivos en mente: el primero era que dieran el paso natural después de tanto tiempo formándose de manera cotidiana en las metodologías de la educación no formal como participantes en el grupo juvenil, sobre todo porque varies habían decidido colaborar como responsables en el campamento urbano de agosto y ya lo hacían en el huerto (ji, ji, ji). En segundo lugar, pretendíamos ofrecer un espacio donde personas de diferentes edades se relacionaran de una manera libre desde la acogida, el cariño, la igualdad, la horizontalidad, el reconocimiento y el respeto, como alternativa a la calle y los bares que frecuentaban.
Lo que en un comienzo fue juego libre, donde cada persona podía elegir su espacio y su juego –juegos de mesa, coreografías, ping-pong, puzzles o simplemente estar con sus colegas para charlar–, pronto derivó en procesos en los que aprendíamos las habilidades sociales básicas, los rudimentos del juego –turnos, escucha, respeto de las reglas básicas, importancia de las demás personas–, e incluso se convirtió en un espacio sin TIC durante las dos horas que duraba la actividad.
Algo importante para todas, pero en especial para la formación de los futuros monitores y monitoras, fue que al cabo de un mes, y por consenso de quienes participábamos en la actividad, se comenzaron a hacer talleres de media hora impartidos por las personas que sabían hacer algo –cajón flamenco, beat-box, danza del vientre, cómic, capoeira– antes del juego libre (esto partió de una jornada de talleres en que se aunó arte y artesanía, y en la que participaron casi una cincuentena de personas). De ese modo se fomentaba, además de la puntualidad, porque se desarrollaban al principio de la actividad, la responsabilidad de las y los adolescentes, que se implicaron de una manera magnífica y supieron conectar con los más pequeños, ganándose su confianza y su cariño, lo que se tradujo entre otras cosas en el excelente desarrollo del campamento de agosto (en el que yo ya no estuve).
Al final de cada taller, exhibíamos ante el resto lo aprendido.
Fueron unos meses intensos para todes, cargados de responsabilidades e ilusiones, que forjaron amistades que aún perduran y recuerdos que perdurarán.
Actualmente continúa la actividad, pero las circunstancias han cambiado y está enfocado sobre todo a las edades más tempranas y a talleres más orientados, en parte porque la mayoría de los adolescentes ya no asisten y en parte porque las circunstancias de la calle han cambiado, ya no están abiertos aquellos bares ni los grupos de niñas y niños que deabulan por las cercanías.