Por Khadija, Khadija, Samira, Mounia, Latifa, Aicha, Aicha, Karima, Hakima, Zineb, Ibtissam,
Jamiaa, Hafida, Bouchra, Layla, Ghislam, M.ª José y jmfr.
Fátima terminó de arreglarse y salió de casa. Mientras su hijo y su nuera estaban en el trabajo, ella había preparado el pan, la comida y había llevado al colegio al pequeño Ayman; Younnes, a sus doce años, ya iba solo al instituto Arca Real. Cada día se asombraba de cómo había pasado el tiempo, y ver
crecer a sus nietos, nacidos en España, le hacía presente los catorce años pasados en este país que
era su segundo hogar.
Respondió al mensaje de whatsapp, cerró la puerta y cogió el ascensor. Iba a acompañar al médico a Wissal, una mujer que acababa de llegar a España y necesitaba una traductora de confianza. Fátima llevaba varios años haciendo estas labores de acompañamiento a personas que lo necesitaban para ir al médico, a la escuela o a otras administraciones, como a ella otras personas la habían ayudado cuando llegó a Valladolid.
El día de finales de abril era anormalmente frío y ya en la calle se ajustó el hijab, que el viento había
movido. Avanzó por Caamaño hasta Aaiún, luego siguió por Embajadores y giró en la esquina con
General Shelly. Después, hasta el paseo Juan Carlos I, y allí hasta la puerta del Centro de Salud.
Ahora era fácil, pero recordaba cuando aquellas calles habían sido extrañas, un mundo de ruido, de
gente ajena cuyas miradas parecían centrarse en ella, donde todo parecía lejano e inaprensible.
Su infancia había transcurrido muy lejos y hacía mucho tiempo.
Sesenta años atrás nació en un pueblito de la región de Al Hauz –zona cercana a Marrakech, tristemente famosa por el reciente terremoto de 2023–, donde había vivido con su familia, en plena naturaleza. Allí, como era costumbre, no había podido acudir a la escuela, pero se había educado en el árabe y el amazig de manera oral. Su infancia fue feliz, entre el juego y los trabajos en plena montaña.
A los dieciséis años se había casado, muy joven, y a los diecisiete nació su primer hijo, Jamal, que
fue una alegría inimaginable. Dos años más tarde, los mellizos, Mohamed y Sara. Y a los veinte, la
tragedia que había marcado su vida. Su esposo sufrió un accidente de trabajo que la dejó sola con
sus tres hijos pequeños.
Al principio no lo podía creer, pero pronto miró a su familia y supo que tenía que luchar por ella.
Enseguida se contrató en una granja, donde pasaba muchas horas cuidando a los animales para
ganar un sueldo que llevara comida a casa. Sus padres y sus hermanas y hermanos cuidaban de los
pequeños mientras ella estaba en el trabajo. Los tres estudiaron en la escuela, también la niña, ella
se empeñó. Aunque la situación era difícil, la gran familia era feliz.
Los niños crecieron, y Jamal decidió viajar a España a buscarse la vida. Era muy buen trabajador,
siempre había complementado la escuela con la venta de frutas, verduras, pollos y huevos en mercados cercanos. Fátima pasó muchas horas llorando; la gente decía siempre en los móviles que
la vida en España era buena, que era un lugar donde se vivía bien, pero había historias mucho más
tristes. Ella sabía que Jamal era bueno y trabajador, y confiaba en que Dios lo protegiera. Pero
separarse de él fue duro. Pronto empezaron a llegar buenas noticias, vivía en una ciudad de tamaño
medio que se llamaba Valladolid, en un barrio llamado Las Delicias, y había conseguido un buen
trabajo en un almacén que incluso le había permitido comprarse una casa.
Ella había seguido trabajando en la granja, y llegó un día en que los mellizos siguieron los pasos de
su hermano mayor. Para ellos fue más fácil, aunque con el tiempo prefirieron instalarse en Madrid,
donde había más oportunidades.
Fátima era feliz con la suerte de sus hijos, pero los echaba de menos. Los tres se reunieron de nuevo
con ella para la boda de Jamal con Aicha, que fue espectacular. Allí decidieron que empezarían el
papeleo para que Fátima fuera a vivir con la pareja a Valladolid.
Ella estaba encantada por el ofrecimiento, aunque le daba pena dejar a sus padres en el pueblo, y no
sabía si lograría adaptarse a una nueva vida. Tenía casi cincuenta años, quizá era muy mayor para
ese viaje.
Bueno, no fue del todo fácil, especialmente al principio. Lo más complicado era el idioma, así que
decidió que lo primero era aprenderlo: aprovechó que en la iglesia de Santo Toribio daban clases
por la mañana y por la tarde, varios días a la semana, e incluso fue a otros sitios siempre que el
horario lo permitió. Poco a poco, fue aprendiendo; como no sabía escribir, grababa en el móvil las
palabras y las expresiones que decían en clase, y así podía repetirlas en casa; le costó mucho
trabajo, pero también aprendió a escribir en español. Su nuera, Aicha, que hablaba muy bien, la
ayudó mucho. Cuando nació Younnes, le hablaban en árabe, en amazig y en español, para que
aprendiera desde pequeñito. Lo mismo con Ayman, y para entonces Fátima ya podía comunicarse
con cualquier persona en todas las situaciones cotidianas. Trabajó mucho con sus nietos y su nuera,
y empezó a ayudar a otras mujeres, además de servirles de ejemplo para que aprendieran. No estaba
en ninguna asociación, pero varias asociaciones la llamaban cuando la necesitaban.
–Estudiad –les decía, mientras les acompañaba para traducir–, cuesta mucho pero lo vais a
conseguir.
Fátima se acercó a la mujer que la esperaba y se saludaron. Lo primero que hicieron fue explorar
todo el centro de salud, para que la mujer supiera dónde estaban y dónde tenía que pedir cita, dónde
se encontraba pediatría, análisis, su enfermera y su médica. Caminaron despacio, subieron por las
escaleras y en ascensor. Había quedado con ella con mucho tiempo de antelación para poder
dedicarlo a hacer ese recorrido. También le explicó que tenía que esperar en la sala de espera a que
la llamaran.
La médica ya la conocía de otras veces, así que se saludaron con confianza; eran pocos los
profesionales que no la miraban bien, Fátima no podía entender ese desprecio. Le dolía, pero ya no
le afectaba. Ella sabía que lo que hacía era importante.
Cuando salieron de la consulta, la otra mujer estaba visiblemente aliviada. Normalmente el miedo y
el recelo provocaban que tardaran mucho en pedir una cita, y a menudo lo que podía haberse
resuelto fácilmente derivaba en complicaciones más serias. No había sido el caso. Se despidieron
con el compromiso de tomar un té juntas al día siguiente y de acercarse luego a las sesiones de
español de la tarde para que se inscribiera.
Fatima se acercó a Santo Toribio cuando volvía a casa, pues era día de atención primaria y quizá se
necesitara su presencia allí. Charló un rato con las personas voluntarias, y nadie necesitó traducción.
Aún era temprano, así que llamó a su nuera. Sí, tenía tiempo para dar un paseo tras el trabajo. El sol había salido y se había quedado una buena mañana.
Este relato se ha llevado a cabo a partir de un taller sobre el Día del Libro 2024 que D=a= Delicias ha llevado a cabo con dos grupos de mujeres participantes en las sesiones de español matutinas que el proyecto intercultural «Delicias, un barrio para todas y todos» de la parroquia de Santo Toribio desarrolla en el CIC Segundo Montes.
Tras la primera parte del taller, en que se explicó el origen del Día del Libro y de la lengua Española, además de trabajar sobre el libro físico y diversos géneros literarios, se propuso generar un cuento a partir de ideas puestas en común.
Así, se llegó a un esquema previo en el que se definió a la protagonista, su vida pasada y presente, sus emociones y dedicaciones y los personajes secundarios y su relación con ellos. A partir de ahí, se formuló un primer texto en común, lineal y expositivo, mediante traducciones simultáneas del árabe al español cuando fue necesario, ya que el léxico no siempre era asequible en español. D=a= Delicias se comprometió a reestructurarlo a partir de diversas sugerencias del grupo y presentar un primer borrador para la siguiente sesión.
En la segunda sesión, el borrador se leyó, se aclararon las palabras por si se habían comprendido mal el sentido (además, en esta sesión algunas personas faltaron y otras se sumaron), se especificó la estructura presentada para modificar lo necesario y por fin se leyó todo seguido.
Antes del final se hicieron diversos cambios tanto en la estructura como en vocabulario o en otras cuestiones de fondo de los personajes. Hubo mucha participación para definir a Fátima, sus emociones, sus sentimientos, sus experiencias, sus valores y características. Esto también originó momentos muy emotivos que hubo que gestionar.
Muchas gracias a todas las participantes por compartir su tiempo, sus experiencias y sus ideas.
A partir de este texto, trabajaremos con este y otros grupos de Santo Toribio, de distintas edades, para que cada uno haga su propia traducción/versión al árabe, al menos.